sábado, 15 de mayo de 2010

Cuándo sepulté a mi padre

No recuerdo el día exacto en que sepulté a mi padre, pensándolo un poco tal vez fué una mañana entre los meses de otoño de 1981, puedo deducirlo porque estaba comenzando el período escolar y hacía un poco de frío aunque era un día de sol.
Como cada sábado por la tarde, Josefa tenía franco y los usábamos para ir a la casa de alguna de sus hermanas; volvíamos los domingos generalmente al medio día pocas veces por la tarde. Ella preparaba un bolso de mano, algún yogurt o fruta para el viaje por si yo tenía hambre ya que íbamos por la mañana en colectivo y el viaje no era muy corto.
Ese fin de semana nos tomamos el 148 en plaza Constitución para ir a visitar a mi Tía Virginia, quien era una de las hermanas de Josefa, tenía cuatro hijos, Pelusa, Adriana, Pablo y Diego. Esa tía, estaba casada con el tío Nano, que ya murió, un gordo panzón con pinta de algo intermedio entre camionero y cavernícola parcialmente depilado, aunque en realidad nunca supe en qué trabajaba, recuerdo cuando estábamos en su casa se la pasaba tirado en la cama mirando algún programa de deportes, escuchando los partidos sosteniendo la radio entre el hombro y su cabeza, claro también hojeaba el diario, todo a la vez, realmente admirable, creo que se levantaba a comer y al baño. Era quién se disputó por años en cuanto a mi elección futbolera, para hacerme hincha del club Atlético River Plate, pugnándose con mi otro tío, Chemo, quien era el fanático de otro equipo; eran estos dos, los tíos casados con las hermanas de Josefa.
Cuando estábamos llegando a la casa estos tíos pasábamos por donde vivía la familia de los Dowler, mis ascendientes del lado paterno, Josefa miraba siempre, pero disimuladamente. Una vez me había mostrado cual que era la casa de mis abuelos.
Adriana, mi prima, con la condición de que a cambio tendría unas facturas, me había llevado de acompañante a un centro de salud donde estaban vacunando a los chicos del barrio, era contra el sarampión o una de esas que te exigían para el colegio, tal vez la de las gotitas porque no hubo mayores inconvenientes acerca del momento de la dosis.
De regreso, mientras íbamos conversando y degustando la recompensa prometida por acompañarla, nos pasó un jeep con cuatro o cinco personas.
- Mirá, mirá ese que va ahí, es tu papá- dijo la niña en voz baja mientras me apretaba la mano.
Fue un instante, tengo una idea de que fueron eternos segundos, creo que él me reconoció, al menos me vió y a mi prima la conocía porque vivían relativamente cerca, esos segundos fueron suficientes para dejar impresa una foto en mi memoria.
Adriana, la navidad anterior fue capaz de hacernos creer a los más chicos que había visto a Papa Noel, de eso me di cuenta después, puede ser que ni siquiera haya sido él, pero también pienso hoy que en un tema como este no pudo haberme engañado y resultar así tan cruel.
Con Carlos Dowler no pude hablar nunca ni nada parecido, incluso hasta llevo el apellido de mi madre, así que tal vez no resulte sorprendente. El falleció un par de años más tarde como consecuencia de una enfermedad, dicen que en los últimos días agonizaba y mencionaba mi nombre; nosotros con Josefa para entonces ya vivíamos en el campo en la provincia de Santa Fe, igual ella me avisó de su estado de salud, a mi me pareció que no debía viajar, algo de lo que después con los años me arrepentí, claro.
Ante su pregunta acerca de si quería o no ir a verlo, le dije:
- Me preocupa que alguien esté enfermo y no me gustaría que se muera pero no siento que deba ir- tenía 10 años.
Pasaron unos meses desde que mi madre me preguntó, cambié de opinión, pero ya había fallecido, igual aún ante esa noticia no tomé la dimensión de los acontecimientos.
Creo que a mi padre en realidad lo había sepultado mucho tiempo antes lamentablemente. No recuerdo la fecha exacta pero si sé que fué después de haber caminado lentamente a paso de chicos, de la mano de una joven niña, una mañana fría de otoño, comiendo alguna factura.

Por Sebastian Lagraña

No hay comentarios: