viernes, 3 de agosto de 2018

CARACHA


Santiago se levantó de la siesta más temprano que de costumbre, al lavarse la cara se observó en el espejo, mientras se secaba con una toalla de mano decidió afeitarse, la barba se estaba asomando nuevamente.
-          Amor ¿qué hora es?- pregunta desde el baño pero nadie respondía - Amor!- Levantando un poco el tono de voz.
-          Sh! Que el nene duerme todavía… ¿qué pasa?- respondió Eli casi apoyada del otro lado de la puerta del baño.
-          ¿Qué hora es? – reiteró mientras cubría gran parte del rostro con espuma de afeitar.
-          Tres y media. – Respondió Eli. La pantalla de su celular marcaba 15.20 hs.
Cuando gira sobre su lado derecho para emparejar la patilla detecta en el cuello debajo de la oreja una mancha.
Llegó a la reunión unos minutos tarde, un inspector del Ministerio de Agricultura de la provincia ya estaba ahí con el juez de faltas municipal a quien el mismo Santiago había convocado para las 16.00 hs. por una denuncia de fumigaciones, entró por el galpón del costado del edificio municipal, se dirigió al encargado.
-          Buenas tardes don Bergara, ¿llegó alguien?- a paso ligero mientras atravesaba todo el tinglado para dirigirse al segundo piso.
-          Buenas tardes, lo están esperando el juez de faltas con un hombre- Respondió Bergara.
Por la noche mientras su familia ya descansaba, repasó lo sucedido durante el día, fue al baño y mientras se observaba atentamente en el reflejo recordaba su infancia.
Cuando Erminda, su madre, iba a tender las sábanas de los patrones, caminaba unos quince metros de la vivienda para el sur y de ahí a unos pasos más estaba el alambrado del potrero número 21 de la estancia, al tendedero lo usaban para la ropa de ellos también.
Erminda, madre soltera, siempre anheló que Santiago estudie, cursaba entonces la secundaria en San Cristóbal, quería que sea un profesional para que no tenga que fregar pisos el resto de su vida como lo hizo ella desde sus siete años, pensaba entonces que si le conseguía algún trabajo sacrificado en vacaciones le aumentaría el deseo por continuar estudiando, los patrones le decían que estudie veterinaria o ingeniero agrónomo para que se quede trabajando con ellos, pero a Erminda no la convencía esa propuesta.
De diciembre a febrero y quince días de julio Santiago tenía una changa con los colonos, era unos gringos de Malabrigo y de Reconquista que arrendaban unas cuantas hectáreas en la estancia por largos períodos para el cultivo de soja, maíz, girasol y sorgo. En el año contrataban un avión de San Cristóbal y el Mosquito un armatoste enorme que alquilaban para fumigar, se aseguraban mejorar la producción, las máquinas las manejaban sus pilotos y el trabajo de a pie lo hacia la peonada.
Caracha era un peón de los colonos que lo traían de la provincia del Chaco y hacía todo tipo de trabajo, hombreaba bolsas, reparaba alambrados, organizaba las cuadrillas para hacer y limpiar los desagües después de las lluvias intensas y todas las tareas más pesadas, decían que casi no cobraba el sueldo porque lo mandaba todo para el Chaco a Cote Lai donde tenía una numerosa familia. Guapo de muy pocas palabras, haga frío o calor siempre andaba de camisa tela de grafa abrochada hasta el puño, pantalón de jean, un sombrero, calzaba botas de goma, llevaba tenazas, cuchillo y un pañuelo en su cinto de cuero ancho, de esos tipos incansables, se alimentaba mucho pero siempre estaba delgado, bastante inquieto, hasta cuando comía lo hacía en movimiento cerca del fogón mientras atendía a los colonos.
Erminda era la única persona que lo llamaba por su apellido, Ruiz y le recomendaba a Santiago que también lo llamara así. Recuerda aún esa conversación.
-          Por qué le dicen Caracha a don Caracha.
-          ¿A don Ruiz te referís?- acota su madre.
-          Si Erminda por qué a don Ruiz lo llaman Caracha – no acostumbra a llamarla mamá.
-          Caracha le dicen a las manchas, a lo que está sucio en Corrientes no sé en el Chaco como será.-  respondió Erminda.
A Santiago le pagaban menos que a los demás peones porque era un jornalero menor, iban también unos mellizos que vivían en la estancia, no llegaba a los 12 años y le pagaban menos todavía por su edad, unos seis pesos por semana si trabajaban mucho, sino cuatro. Él hacía de banderillero, se mostraba con bandera en mano levantada para que el avión o la máquina no pasara por el mismo lugar dos veces, los mellizos esperaban con los bidones y el embudo debajo de un paraíso porque eran bajos de estatura todavía y entre el sembrado no se los distinguía, así que ayudaban a Caracha a cargar los tanques con el contenido de los bidones grandes y además le alcanzaban el agua para diluir.
Aquel adolescente se había quedado con la idea dando vueltas por la conversación con Erminda respecto al apodo de Ruíz y empezó a observarlo, pudo ver que en el cuello tenía una mancha más clara que su color de piel y cuando movía los brazos en las muñecas también asomaban imperfecciones similares.
Uno de los mellizos falleció hace un tiempo capaz año 2007 por ahí, ya debe haber tenido unos treinta años, venía enfermo hace rato de los pulmones y tenía como una erupción en la piel contaba Mirian, su mamá, de pibe lo atendía la enfermera del dispensario y de vez en cuando algún médico de los que iban a la estancia, que por ser una zona inhóspita no duraban y cada cinco o seis meses venía alguno nuevo si es que conseguían. En realidad sufrió las consecuencias de manipular esos bidones de plaguicidas y productos químicos sin protección alguna. Recuerda hasta los detalles de cada tarea mientras se mira al espejo, ahora entiende que lo de Caracha no era sucio ni manchado, estaba contaminado.