martes, 15 de diciembre de 2009

Hotel "LA FAROLA"

Es una noche oscura, se acerca la tormenta, las nubes pasan en velocidad a baja altura, cubrieron el cielo rápidamente para despedir antes el día.
La esquina desolada aunque no totalmente. Un gato huye como un rayo por la calle después de tirar la bolsa de basura que se encuentra en la vereda, frente a la puerta del viejo bar abandonado. El único foco encendido en el cruce de calles se resiste a las piedras que los pibes le arrojan cada día para así obtener su trofeo más preciado, su luz desvanecida se multiplica en los vidrios rotos del bar, que muestran su filo como una daga encendida, el silencio se vuelve parte esencial de la escena, ni siquiera la orquesta de grillos trajo instrumentos a esta velada, el calor del asfalto no deja que el rocío se impregne, evaporándolo prácticamente en el mismo instante que hacen contacto, formando así una manta de aire espeso.

Una gran máquina viene cortando la estela de humo abriéndose paso como una topadora en la selva, detrás los atletas recolectores, transpirados intentan acortar la rutina con paso ligero. La próxima parada es en el albergue transitorio, la luz rosa fosforescente ilumina el deteriorado cartel que lleva el nombre de: Hotel ¨ La Farola ¨. Exclusivo en el barrio, de jueves a domingo se complementa también como salón de apuestas, es propiedad de Don Humberto, el Tano Falacci. Las paredes del frente son de color celeste, únicas sin leyendas callejeras en toda la cuadra, sus ventanas con vidrios espejados que indican discreción, las habitaciones que dan al frente dejan salir sus cortinas estampadas mostrando así su interior, el garaje del hotel todavía está vacío. Aún es temprano.
El Ford Taunus modelo 78¨ de Don Humberto se encuentra estacionado sobre la vereda de enfrente, color plata, vidrios oscuros, llantas cromadas - Un chiche- como lo manifiesta cada persona que pasa por ahí, con ese motor que ruge como un toro cada vez que su piloto acelera para despegar hacia algún lugar.
El tiempo transcurre, lentamente se agregan elementos a la escena. “Las sobrinas” del Tano se asoman al hall de entrada, caminan hasta la vereda, turnándose en pareja, Flor y Paola visitan la esquina para que las vean los clientes, como las otras lucen producidas, con indumentaria para la ocasión, cabellos de extraños colores, rostros felizmente maquillados, aros, alguna goma de mascar sirve de entretenimiento, campera liviana, remeras con gran escote, faldas tan cortas que podrían servir de cinturón a cualquier señor, por supuesto con zapatos de tacón, la combinación de colores es lo de menos, careciendo de elegancia al caminar manifiestan profesión, hablan poco, o al menos en voz baja, aunque parecen felices porque ríen en demasía.
Algún que otro móvil transita por ahí, para observar como están las chicas o para preguntar alguna tarifa, hablan, ríen y los coches continúan su rumbo, todavía el reloj no marcó la hora 00.00, esto recién comienza...
Don Humberto sale a la calle, metro noventa de estatura, hombre de buen comer, peinado con gomina, cabellos negros que pierden color por las canas, unas patillas importantes, cadenas de oro poco discretas adornan su cuello, camisa de seda italiana color bordo con las mangas dobladas hasta el antebrazo, mostrando reloj y pulseras de oro, anillos también dorados en sus dedos, pantalón gris, cinto y zapatos negros haciendo juego, con un puro colombiano en la mano izquierda despide humo blanco, como ya es costumbre; nunca está sin uno.
Siempre tranquilo con una sonrisa, parece no tener problemas, acomoda su pelo con la otra mano y fuma... la jornada para el se inicia cuando para muchos termina, sus días de la semana no llevan nombre, es su rutina, todos idénticos, los vive con oficio. Será una vez más el último en retirarse, seguramente.
Alguien se acerca caminando por la calle, es el joven que lava las copas en el bar de la estación de ómnibus, lo saluda – ¡Hola!, ¿cómo anda Don Humberto?- con una sonrisa.
- Chiao, bambino, ¿cómo va?- contesta el veterano con su difónicio acento napolitano, el chico se acerca, se saludan, murmuran algo, ni siquiera mueven los labios, manifestándose más con gestos que con palabras. Esa particular conversación de tan solo un par de minutos parece obligatoria cada noche, el viejo saca de su billetera un par de billetes doblados por la mitad entre los dedos índice y mayor de la mano izquierda, la otra donde lleva el cigarro la apoya sobre el hombro del pibe, coloca el dinero en el bolsillo de la camisa celeste de cuellos anchos ya gastada, continúa su camino, se aleja airoso, pues no cualquier persona tiene tanto diálogo y recibe esa amabilidad de Don Humberto. Al pasar, cuando se retira las chicas en la esquina entre comentarios observan y lo saludan como si fuese un Falacci.
El tipo se queda mirándolo mientras se aleja, luego entra nuevamente al recinto.
La noche continúa su curso, las primeras parejas ya entraron sus coches al estacionamiento, y algún que otro cliente se pasea mirando quienes están hoy.
El Ford Falcon de la ley pasa por única vez como lo hace religiosamente en el horario habitual, con sus dos tripulantes.
El Torino blanco, con asientos tapizados en leopardo, la cupe Chevy amarilla con la franja negra que la cruza a lo largo y la moto Harley azul con respaldar bajo, estacionan enfrente, todos de asistencia perfecta acaban de llegar, como siempre, puntuales.
Hoy es jueves.
Ramiro, el conserje, mozo y crupier, viene apresurado, junto con Ismael que hace las veces de chofer, son los que forman parte de la única familia que se le conoce públicamente al Tano.
Un señor muy bien vestido viene caminando por la vereda, se detiene frente a la puerta, observa hacia adentro, como si no se decidiera a entrar, va hasta la esquina, una de las chicas se acerca para hablar con él, de manera no muy disimulada trata de evitarla, cruza a la vereda de enfrente, cubriéndose el rostro mirando hacia otro lado, un auto blanco lo espera a mitad de cuadra, conversa con los ocupantes, sube y el chofer del Mercedes Benz acelera, la nave desaparece entre esa especie de niebla que aún se mantiene en el ambiente.
Ya empezaron a circular algunos coches más, algunos se van del estacionamiento, otros llegan apurados antes que culmine, la noche.
Caro, una de las chicas queda sola en la equina parada justo al lado del indicador de calles, las demás están ocupadas, parece una jornada productiva, hace un par de horas que ya no están de a dos.
Todo se vuelve a tranquilizar nuevamente, el reloj indica que el día ya no está tan lejos, la tormenta amenazante que anunció su llegada toda la noche parece arrepentirse aunque las nubes no se detienen.
Sensaciones extrañas las que hoy suceden en el ambiente.
De repente se abre la puerta principal del lugar, entre empujones y forcejeos sale alguien despedido, detrás Ismael con mirada furiosa y altanero, levanta al señor, lo invita a retirarse no muy amablemente, es el de la cupe Chevy, quien con tono elevado dice – Tano, ¡esto te va a costar más de lo que pensás! -mientras acomoda su saco, también sacude el pantalón- ¡y vos, deberías tener un poco más de respeto!- dirigiéndose al chofer, quien aparentemente no cumplía tan solo esa función.
Sale Falacci, mira el auto que se va con el personaje en conflicto, es la primera vez que alguien se debe retirar involuntariamente y de esa manera, después de observarlo sin quitar el puro de su boca lo mira a Ismael y apoyando las dos manos en los hombros, pregunta- ¿Está bien?.
- No, fue nada Don Humberto, solo un rasguño- mientras se acomoda la camisa que está manchada de sangre en su lado derecho.
Una camioneta blanca, con cámara de frío, se estaciona a la vuelta del hotel, es raro por que las bebidas llegan siempre a última hora de la tarde.
Ya no entra gente, sólo se retiran, una nueva noche llega a su fin, cada vez más despoblado. Algunas chicas ya cumplieron su turno, los apostadores se retiran pensando en su saldo, no parecen muy satisfechos.
Son las 05.30 hs. todo se va transformando en el verdadero desierto que es durante el día.
Ramiro e Ismael, se retiran con dos de las sobrinas, Don Humberto y Paola son los últimos, serán los encargados de bajar la persiana a este residencial nocturno y por que no a la velada.
Alguien a paso ligero, por la vereda de enfrente, dobla en la esquina, lo espera la camioneta, y parten.
Don Humberto, mira la hora, y comienza a cerrar.
-Tal vez se durmió- manifiesta Paola, mientras se dirige al coche.
-El Bambino, es responsable- contesta el Tano.
Se oye un grito aterrador, que parte el silencio haciendo un eco que se multiplica entre las calles, el Tano terminaba de cerrar la puerta, gira, ve a la chica con las manos sobre el rostro, desesperada, corre hacia el auto, mientras se acerca puede distinguir algo tirado entre el auto y la vereda, comienza a ver, los zapatos, el pantalón resultaron conocidos, la camisa celeste de cuellos anchos cambia de aspecto por el de un trapo empapado en sangre, el cuerpo estaba ahí, era el pibe.
Mientras se agacha, por primera vez lo llama por su nombre- ¡Franco!
El silencio se adueña del ambiente, la única imagen, la de una mujer desesperada, el joven en el piso inconsciente y el Tano con lágrimas en los ojos los cuales no están acostumbrados a llevarlas, arrodillado lo recuesta sobre sus brazos, presiona el pecho por que la sangre no se detiene, busca entre las ropas del pibe, no encuentra nada, le dice algo al oído el chico abre los ojos sorprendido, intenta contestar pero no puede. Una vida se está escurriendo entre las manos del Tano, que puede ser la de un joven muy querido, la de un amigo, familiar o de quien tal vez podría ser su hijo.
Parece ser el crimen perfecto, sin testigos, no hay pruebas, sí existen muchos sospechosos ya que don Falacci se hacía fácilmente de enemigos, por varias cuestiones, pero nada de eso importa.
En escena sólo ellos tres, el cuerpo de un joven, un inmigrante Italiano dueño de la noche en esta ciudad, desolado, angustiado, sin consuelo y una mujer que parece conocer la verdadera historia de esas lágrimas.
Ya es viernes, esta noche no es una más para Don Falacci.
El Cartel del Hotel “La Farola” aún está encendido a pesar que comienza a amanecer, las nubes ahora se trasladan en cámara lenta, la niebla ya no está, una tenue llovizna cae en la ciudad, parece que la tormenta se decidió, el único foco está encendido en el cruce de calles, deberá resistir un nuevo día, un gato en la ventana del viejo bar parece observar todo, mientras se lame el cuerpo para secarse.

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