Once de septiembre, domingo, pasadas las 08 de la mañana, el sol que iluminaba la ventana me despertó, sentí la cara pesada, los ojos más chicos, la boca que aún estando cerrada no me permitía juntar dentro las dentaduras, sensación como si estuviera por masticar, las secuelas típicas de un chardonay bebido bien frapé y solitario.
Acostado en la cama me estiré en plenitud para descontracturar cada hueso, cada músculo, cada nervio, algo que vengo practicando las mañanas antes de levantarme por recomendación de mi moderno chaman urbano. Me quedé boca arriba mirando mi cielo de donde se amarra el ventilador como una gran hélice invertida.
Tuve la sensación de necesidad que algo debía escribir, me quedé pensando. Recordé que es 11 de septiembre, en la infancia era nada más y nada menos que el día del maestro, hoy devaluado mediáticamente por un nuevo aniversario del atentado a las torres gemelas en yanquilandia, la verdad que después de tanto circo y una versión posible de que los grupos de poder interno de ese país se sumaron a los islámicos para hacer una cosa así, por la asquerosa y sencilla humana razón de la disputa del poder económico, es algo que sinceramente despierta al menos repudio, donde una vez más se puso en juego la vida de gente que seguramente nada tenía que ver.
Tambien podría recordar el derrocamiento de Salvador Allende, allá por 1974 en Chile por el gobierno de facto, aunque a casualmente parece ser menos importante que lo sucedido con las torres gemelas en la rutina mediática.
Tambien podría recordar el derrocamiento de Salvador Allende, allá por 1974 en Chile por el gobierno de facto, aunque a casualmente parece ser menos importante que lo sucedido con las torres gemelas en la rutina mediática.
Seguí pensando.
Mi estómago ganó la pulseada al órgano pensante así que decidí levantarme para ir al supermercado a buscar abastecimiento para el domingo y los primeros días de la semana.
Después de idas y venidas me acordé de algo guardado hasta hoy y lo pude rescatar.
Hace ya unos cuantos días se llevó a cabo el 7mo. Argentino de literatura que se celebra en el Foro Cultural de la Universidad Nacional del Litoral cada año, espacio al que concurro hace algunos certámenes ya que enriquece y extiende lo que es al menos en mí un limitado conocimiento sobre literatura.
Años anteriores en este espacio tuve la posibilidad de escuchar y saludar personalmente a grandes escritores como Fogwill, Cucurto, Cohen entre otros. Este año decidí ir a escuchar sobre “Narrativa: lo que leyó el narrador” que se realizó en la Sala Saer el miércoles 3 de agosto por la tarde, con una mesa integrada por Selva Almada, Damián Ríos y Aníbal Jarkowski. Fui con Florencio Rustulleda, llegué tarde, como de costumbre últimamente, pero solo fueron unos minutos, Selva ya se había presentado y estaba comenzando con un texto preparado para la ocasión muy rico, acerca de qué fué lo que la marcó en su infancia para empezar con esto de escribir, creo que ahí empezo a funcionar en mi ordenador biológio la opción "busqueda", es que era inevitable hacer el mismo ejercicio y retrotraerse a la infancia, afloraron preguntas de qué, cómo, por qué y cuando uno empezó a leer.
Después habló el esccritor Damián Ríos un muchacho del interior de Entre Ríos, hijo de canillita, que fue a estudiar a Buenos Aires y empezó a escribir cuando llegó a la gran ciudad por sentirse rodeado de soledad, un tipo interesante y con humor exquisito, amigo personal de Fogwill a quien este viejo sabio dejó sus borradores antes de partir, realmente un privilegiado, y de los cuales se encuentra realizando análisis e investigación para una tesis, un privilegiado capaz y potenciado. Damián también hizo un breve repaso improvisado de su infancia y su relación con la literatura, con ello logró ubicarme en tiempo y espacio ante esa lluvia de recuerdos al referirse a su primer guía, una bibliotecaria de pueblo, a la cual describió con lujo de detalles, era una pequeña institución donde los libros para chicos y adolescentes componían un stand pobre, pero esa mujer fue capaz de darle a este hoy escritor siendo aún un niño toda clase de libros: Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones, Onetti, Kafka, Nietzsche, Marx, Dostoiesvski, y muchos más, un lindo recuerdo. Terminó de hablar refiriéndose a las cosas que se publican buenas, otras no tanto, como las definitivamente malas, y a esas buenas que no trascienden, esas que quedan en un borrador a la deriva hasta el olvido.
Entonces viajé, volví a la escuela rural donde practiqué desde tercer grado hasta terminar la primaria, ahí conocí a Inés, mi seño, fue ella la que significó en mí, lo que fué la bibliotecaria en los relatos de Damián. Inés orientó mi lectura preadolescente como la mejor maestra y orientadora, Platero y yo, Dos años de Vacaciones, Los Hijos del Capitan Grant, Mi planta de Naranja Lima, Cuentos para Chicos de autores grandes, fueron algunos de los libros que despertaron en mi la necesidad de contar cosas por escrito, trasformaron a un tímido observador en un niño capaz de escribir, fue quien se animó a publicar mi primer cuento con inicio, contenido y final en un suplemento infantil del diario El Litoral de la provincia de Santa Fe, que se titula “Las tres pulguitas” y es hasta hoy uno de mis logros más preciados.
Volví al presente, la sala estaba prácticamente colmada. Después habló Anibal Jarkowski, ya con un discurso más académico, esa sensación de verse reflejado en otra persona quedó en la charla de los dos primeros oradores.
La jornada terminó con un cierre interesante por parte de los tres disertantes, algo siempre te dejan esta clase de encuentros y éstos particularmente casi siempre me dejan algo bello.
Los aplausos colmaron la sala que estaba ocupando el recinto, como me senté adelante la salida se hizo lenta.
La puerta de salida estaba concurrida y en los pasillos la gente se detenía a saludar, en el hall que da a la calle estaban lo stands de libros hacia ahí me dirigí con la idea de mirar un poco, iba mirando el piso para no tropezarme ya que mi torpeza crece sorprendentemente, cuando levanto la mirada la veo ahí saludando, pasé, me fui a ver los libros y la esperé. Cuando terminó de saludar me acerque y toco tímidamente su brazo.
- ¿Inés?
Dio medio giro sorprendida, ahora es ella quien debe levantar la mirada para hablarnos, una vez de frente dio un paso atrás y volvió con un abrazo enorme.
- ¡Hola!, pero ¿cómo estás?, ¿Dónde estabas sentado?
- Adelante, llegué tarde…
- Qué lindo encontrarte en un lugar como este, ¿te trajo algún recuerdo?
- ¡Uf! ¿Como no?
Hablamos unas palabras con mucho cariño, con la expresión de afecto y admiración que nos tenemos, después nos contamos brevemente sobre nuestras familias a ella la esperaba una amiga y a mí Florencio Rustulleda con él volví a casa charlando nostálgicamente.
Me pareció hoy en el día del maestro, recordar a mi gran maestra, era un día apropiado para relatarlo.
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