sábado, 17 de septiembre de 2011

Cambio de ánimos.

Regresaba de la estación de ómnibus, había ido a acompañar a mi hija que volvió con su mamá, es que esta noche de sábado tiene un cumpleaños de quince, y yo no tenía una mejor propuesta para hacerle.
Es un día o más bien una tarde de la semana que últimamente me resulta poco agradable.
Hoy el viento se hace sentir, mientras el sol juega alegremente entre y con las nubes para disputarse quién conquista el cielo, vuelvo a las puteadas, con la cabeza a mil, pensando aturdidamente.
Mañana domingo, es el cumpleaños sesenta de Josefa y como ya es costumbre a lo largo de nuestras vidas otro día importante separados, porque en realidad así vivimos, separados o juntos a la distancia.
Familia, laburo, deseos inconclusos, aspiraciones en el horizonte que puedo ver tras un ventanal de vidrio esmerilado. Chinche fresquita y vigorosa.
Última cuadra antes de doblar y llegar al departamento, veo dos jóvenes muchachas que vienen caminando de frente por la misma vereda, contándose de su noche anterior y de lo pelotudos que somos, sus cabellos flamean, lucen bien arregladas, si no fuera por el viento tal vez hasta perfumadas, sus rostros joviales que contagian alegría. Igual mi cabeza hervía. Pasan.
Sobre la misma vereda un tipo parado en la puerta a su interior, parece verme, giro y siento su mirada pasar como un laser certero a los culos de esas chiquillas, es una situación que verla generalmente me resulta al menos incómodo.
Paso por enfrente de él me mira y habla, lo veo pero no lo oigo, hace una seña, me detuve, esperé que me repita el comentario cargado de machismo, entonces dice.
- Disculpe ¿entiende algo de televisores?
- ¿Qué?…- Me acerco, lo miro directo a los ojos frunciendo el entre seño. Por su estatura su rostro me quedaba un poco más bajo.
- Si entiende algo de televisores…- repite tímidamente en voz baja.
- ¿Qué le pasa?
- No sé, toqué algo y ahora no puedo ver televisión, es algo del cable video parece.
Dudé un instante, es que me sorprendió, lo miré, esta vez viéndolo, sobrepasaba cómodamente los sesenta años, bastante pelado, canoso, ojos cansados por la edad, un pullover que le quedaba inmenso y un pantalón al menos dos talles más grandes, en los pies una chinelas viejas mal calzadas porque sus dedos teñidos por alcohol iodado tocaban el piso por delante y, atrás la suela le sobrepasaban los talones.
- a ver…- le digo, entonces se da vuelta y me invita a pasar con un gesto, lo sigo. Él caminaba relatando su problema.
La casa inmensa, oscura, llena de muebles, pasamos un living grande, los olores me daban que vivía solo, continuaba un star con sillones y el aparato, igual al televisor que compré con mi primer sueldo. Lo tenía en función para video, algo simple.
- ¿Qué era?- Me pregunta.
- Nada hay un botón…- se la iba a complicar, entonces resumí- éste, ¿ve? No lo toque porque le va a pasar lo mismo.
- ¡Me salvaste pibe! ¿qué iba a hacer toda la tarde sino? Gracias.
Le expliqué qué botón no debía tocar, y que se maneje con los otros, se lo repetí mínimo tres o cuatro veces antes de llegar a la puerta de calle.
Salí, el viento nuevamente,  sentí que me acariciaba, caminé, volví en mi interior.
Olvidé agradecerle, el tipo se quedó feliz dispuesto a disfrutar su tarde mirando televisión y eso tan simple me cambió el humor.

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